Según una de las reglas para la definición
ésta no debe ser ni muy amplia ni muy especifica. Y la definición arriba
expuesta es muy especifica puesto que si bien en algunas ocasiones la fe puede
significar precisamente eso: creer en algo que uno sabe que no es verdad, el
término fe significa, aparte de eso, también muchas otras cosa más. Sin embargo
esta idea de la fe —cuyo autor es un niño de edad escolar, a decir de William
James—, pudiera pasar por un modelo de definición, si la comparamos con la
sustentan teólogos, lideres religiosos y en general el teísta común, en el
sentido de que se pretende, con la mayor seriedad del mundo, que la fe
representa un valor probatorio en sí mismo y que está por encima de los
razonamientos o las demostraciones. Este concepto religioso de la fe, es, a mi
juicio, el mayor de los insultos al intelecto humano, y me resulta tan
obviamente aberrante, descabellado y ridículo, que supondría yo, no valdría la
pena molestarse en ofrecer mayores ni menores explicaciones para invalidarlo:
simplemente me figuraría que cualquiera que no sufra de algún grave desajuste
en su capacidad de razonar, no podría dejar, olvidando momentáneamente los
buenos modales, de carcajearse ante el hecho mismo de oír semejante estupidez.
Pero al parecer es todo lo contrario. Como acabo de mencionar, tal idea
religiosa de la fe no está anidada sólo en la mente de unos pocos fanáticos
religiosos sino que, desgraciadamente, también es frecuente encontrarla en boca
del {creyente normal o estándar}, entre los cuales muchos ostentan incluso
títulos universitarios. Yo mismo he tenido la experiencia, cuando he
cuestionado a alguna persona sus creencias religiosas, que se me responda de
manera sistemática con eso de que la creencia en Dios es un asunto de “fe” y
que “la fe es una cosa y la ciencia otra diferente”, o que “la fe no tiene nada
que ver con las argumentaciones lógicas ni con los hechos científicos”. Ante
esta situación, como ateo, me veo obligado a ocuparme de este tema y admitir
que la fe es tal vez el artífice de la credulidad más extendido y arraigado, y
que goza incluso de cierta {respetabilidad}. A la fe el ateo debe ponerla en el
lugar que legítimamente le corresponde. Pero, ¿ cómo proceder para hacerlo?...
Un buen diccionario puede ayudar pero en definitiva no resuelve el problema.
Tal parece que para poner a la fe en su lugar es necesario adoptar una táctica
extravagante, algo fuera de lo común, que llame la atención, que haga ver con
claridad que no hay nada mágico o misterioso respecto a lo que este término
{fe} o la expresión {tener fe} realmente significa.
Si nuestra tarea es poner a la fe al
desnudo, verla tal como es y no como se dice que es, entonces tal vez
pudiéramos partir de una analogía. A las personas no les gusta, en condiciones
normales, que las vean desnudas. Tal vez con la fe sucede algo similar. La fe
quizá sea como una señorita que no se deja ver ni los tobillos de manera que
hasta hoy hemos tenido que creer, acerca de la fe, lo que otros dicen haber
visto; lo que otros dicen saber. Pero si no queremos depender de lo que otros digan
entonces debemos espiar, fisgonear, mirar a hurtadillas por nuestra cuenta. Sin
que nadie advierta nuestra presencia escuchemos a la gente que conversa en
cualquier lugar y prestemos atención en que contextos las personas emplean la
palabra fe. Hagamos una colección de ellos para después analizarlos y tal vez
así podamos tener una idea más genuina del significado de la fe.
O también podemos dejar la lascivia de
lado, al menos por el momento, y utilizar el empleo de un método más
convencional, pero probadamente efectivo, como es el examen de los usos del
lenguaje. Digamos, entonces, para nuestros propósitos, que las palabras tienen
un significado informativo, y otro emocional, y que, asimismo, dentro del
significado informativo pueden distinguirse, en las palabras, diferentes
connotaciones y denotaciones. Y la palabra fe tiene, sin duda, significados muy
variados y hasta opuestos.. Entre estos significados, como ya vimos en la
INTRODUCCIÓN, este término fe puede connotar una convicción, o un simple deseo,
o ambos, pero siempre está implícita una fuerte carga emocional. Supongamos
(por poner otro ejemplo similar al procurado en ese apartado) que estamos en
medio de la celebración de un campeonato mundial de fut-bol. Figurémonos que X
persona afirma {tener fe} en que, Argentina, por mencionar a una selección en
lo particular, va a llega a la final y a ganar la copa. Si esta persona X es un
conocedor de fut-bol, digamos que es un entrenador técnico en este deporte, y
además es un argentino, estaríamos ante una situación donde la fe está apoyada
muy probablemente por una convicción. El hecho de que en la fe siempre está
presente una connotación emocional de deseo de que los hechos o los
acontecimientos sean o sucedan de determinada manera, se ve claramente en este
mismo ejemplo si sustituimos la nacionalidad de esta persona X Presumamos que
el conocedor en fut-bol no es argentino sino brasileño. ¿Diría un experto
brasileño en fut-bol que {tiene fe} en que Argentina va a ganar la copa
mundial? Sin duda ni la firmeza de sus convicciones lo librarían de ser visto
como un traidor por sus paisanos.
Pero la fe puede expresar también sólo un
mero deseo donde la más mínima convicción brille por su ausencia. Consideremos,
siguiendo este ejemplo, el hecho que cuando se celebraran las copas mundiales
sobra, entre niños, jóvenes y adultos, y en cualquier país participante, quien
manifieste su fe en, desde luego, sus propias selecciones nacionales. Y por
supuesto, sobra señalar que en la mayoría de los casos estas manifestaciones de
fe no provienen de expertos en la materia, sino de gente que en realidad no
sabe nada de fut-bol. ¡ Muchos tienen {fe} en que su selección hará un gran
papel en el mundial, o incluso que ganará la copa, pero resulta, para decirlo
en breve, que desconocen las reglas básicas del fut-bol, por no mencionar que
no sepan nada de las trayectorias recientes de cada equipo o los nombres o la
calidad de los jugadores de ninguna de las selecciones nacionales
participantes! Estos ejemplos donde la fe es la manifestación de un deseo,
llámense esperanza, necesidad, capricho, preferencia, solidaridad, etc.,
carente en cualquier caso del apoyo de una convicción, pueden multiplicarse
fácilmente. Una señora que acaba de notar su embarazo puede declarar su fe en que
su bebe será de determinado sexo. Quien compra un billete de lotería puede
expresar su fe en que ganará un premio. Pero en la mayoría de los casos la
ausencia de una convicción puede quedar bien encubierta, si bien es más dudosa
su presencia ahí donde la carga emocional tiene más peso. Por ejemplo en
política y sobre todo en... religión. En cualquier caso, ¿cómo saber en que
medida estamos ante la expresión de una convicción o sólo ante la manifestación
de un deseo? Una manera es preguntando directamente a las personas en que
radica su {fe}. Si responden de manera coherente y con conocimiento de causa
estará presente, evidentemente, una convicción. Si por el contrario no saben
que responder o lo hacen de un modo vago e incongruente, sabremos que dentro de
esa fe no hay sino ganas de creer. De hecho, las personas escogemos entre los
vocablos fe o convicción según estemos seguros o no de lo que estamos
afirmando. El término fe lo usamos preferentemente cuando estamos involucrados
emocionalmente y cuando sabemos que no somos capaces de dar explicaciones
precias sobre por qué creemos que algo es o será de determinado modo. Y
favorecemos la utilización de la palabra convicción cuando queremos hacer notar
que en nuestra opinión el factor emocional no es relevante, y cuando creemos o
sabemos que podemos ofrecer fundamentos sólidos que sustenten o aclaren lo que
afirmamos. Nada impide, en nuestro ejemplo, que el técnico brasileño en fut-bol
pueda manifestar su {convencimiento}, si ese es el caso, que la selección argentina
ganará la copa mundial, porque estaríamos simplemente ante la declaración
calificada, aunque seguramente no entusiasta, de un experto.
La cantidad de personas en el mundo que
cree en la existencia de Dios es en verdad impresionante. Pero yo nunca he
escuchado a ningún creyente que diga que está {convencido} de la existencia de
Dios. Siempre arguyen su {fe} como el sustento para sus creencias ¿Se antojará
difícil pensar que puedan estar todos ellos equivocados? Porque cuando se les
pregunta por qué tienen fe en la existencia de Dios, ¿de qué modo suelen
responder a esa pregunta? ¿Son conocedores que saben de lo que están hablando y
pueden aportar argumentos sólidos en apoyo a su fe? ¿ O lo que está dentro de
su fe son sólo los miedos primitivos que dieron origen a las divinidades,
heredados a través de los milenios, así como los prejuicios que sus madres les
metieron en la cabeza desde niños? Respecto a las opiniones multitudinarias
Bertand Russell en una ocasión dijo:
El hecho de que una opinión ha sido
ampliamente extendida no es evidencia de que no es absurda; de hecho, en vista
de la estupidez de la mayor parte del género humano, es más probable que una
creencia ampliamente extendida sea una tontería.
El término fe puede también expresar, asimismo,
ideas que son contrarias o antagónicas entre sí.. Cuando un ex campeón de
boxeo, por ejemplo, declara que tiene mucha fe en que volverá a ser el campeón
nuevamente, aparte de que está expresando un deseo y probablemente también una
convicción, puede que sobre todo esté tratando de decir que está determinado,
decidido, resuelto, a lograr su propósito, es decir, que no cualquier
obstáculo, cualquier escollo, va a hacerlo desistir. En este sentido la fe
tiene, sin duda, una connotación positiva o respetable. Sólo que esta
determinación puede irse diluyendo paulatina e imperceptiblemente hasta llegar
a convertirse claramente en obstinación o necedad. Si nuestro ex campeón,
después de dos o tres peleas donde pierde cada vez contra contrincantes de
menor calidad, continúa con su {fe} intacta, entonces la fe deja de ser algo
respetable porque la necedad ciertamente no lo es.
La expresión {tener fe} entraña, por otro
lado, una marcada ambigüedad, notoria e intolerable, o felizmente ignorada,
según se vea desde el ángulo del ateo o del creyente, respectivamente. Cuando
una mujer dice que tiene fe en su marido no está tratando de afirmar,
obviamente, que cree que su marido existe, sino que cree que su marido se
comporta o se comportará con relación a ella y su familia del modo como se
espera que lo haga un buen marido. Pero si una persona dice que tiene fe en el
espiritismo, no está afirmando que cree que el espiritismo funciona de una
manera más adecuada o eficaz respecto a otra que sea menos adecuada o eficaz,
sino que lo que está expresando es que el espiritismo funciona, que el
espiritismo existe realmente. Considerado esto, ¿qué significa la expresión
“tener fe en Dios”? Significa ambiguamente las dos cosas. Por un lado la
creencia de que Dios es de un modo determinado y no de otro, y por otro la
creencia de que Dios existe realmente, independientemente de cuales sean sus
atributos o cualidades. Si por un momento suponemos que asignamos el nombre de
Dios la fuerzas creadoras del universo, como la gravitacional, la
electromagnética y la nuclear — que son, obviamente, entidades indiferentes a
los intereses, rezos y suplicas de los seres humanos—, entonces podemos empezar
a comprender que las palabras o las frases dejan de sernos útiles cuando las
usamos de modo tan ambiguo. Los místicos pueden creen en Dios partiendo del
hecho que lo imaginan, acorde a las necesidades o anhelos humanos, como un ser
omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo; Y de ahí brincan a la conclusión,
sin más ni más, que un Dios así existe realmente. O la premisa puede ser que
algún Dios tiene o debe de existir siendo la conclusión, sin más ni más, que
Dios es un ser omnipotente, omnisapiente, amoroso y justo. En cualquier caso,
al creyente no parece incomodarle en lo más mínimo la ausencia de evidencia que
haga suponer que algún dios, del modo como el ser humano lo imagina, realmente
exista.
La vaguedad de los significados de la fe,
sin embargo, puede llegar— aunque en lo que sigue es más apariencia que
realidad— todavía más lejos. Un teísta podría argumentar que si la religión o
la creencia en Dios es un asunto de fe, la ciencia, en el fondo, también lo es.
Los ateos afirmamos que los religiosos están sumergidos en un mundo irreal
donde hablan sólo de cosas imaginarias como Dios, Demonio, Alma, Cielo,
Infierno, Juicio final, Salvación, Vida Eterna, etc. Pero los creyentes podrían
replicar haciendo suya la observación hecha por un mismo investigador
científico:
Un físico de nuestro siglo, interesado en
la estructura básica de la materia, trata con radiaciones que no puede ver,
fuerzas que no puede sentir, partículas que no puede tocar.
En verdad, si nos fijamos bien, la fe
también puede adoptar un significado parecido a lo que en el mundo científico
se conoce como hipótesis. Y en este sentido la fe es ciertamente algo muy
respetable. Una hipótesis, en principio, no es más que una forma de tratar de
explicar, entre otras posibles, la naturaleza de un fenómeno, un problema o su
solución. Lo típico es que cuando se trata de encontrar la solución a un
problema difícil, la búsqueda de esa solución pueda realizarse desde diferentes
puntos de partida. Lo que sucede es que hay demasiados hechos particulares,
demasiados datos en el mundo, que pueden estar involucrados en el problema o
fenómeno, para que alguien pueda tomarlos en consideración a todos al mismo
tiempo. Entonces el científico, el detective, el abogado, el investigador, o
quien se enfrenta al fenómeno o al problema, tiene que ser selectivo. Tiene que
elegir que alternativa, que datos examinar primero y cuales dejar de lado. Si
la primer hipótesis, si la primer serie de datos tomado en cuenta no rinde
fruto, entonces se abandona y se procede a abordar otra alternativa, otra
hipótesis. Como puede verse claramente, la hipótesis, desde el punto de vista
que es inicialmente una alternativa preferida respecto a otras, es una forma de
intuición, de corazonada, de confianza, de {fe} que por ahí, y no por otro
lado, está lo que buscamos.
Los teístas asimismo pueden afirmar, sobre
todo, que la bandera del ateo, que dice estar tejida a base a hechos
científicos, también está hecha de creencias, de materiales, donde al menos
unas hebras o hilos de fe están presentes. Y en eso, al menos en cierto
sentido, tienen razón. Yo, por ejemplo, dentro de las innumerables creencias
que me han hecho ateo puedo (por citar sólo tres ejemplos) mencionar el hecho
de que creo en la existencia de fósiles que pertenecen a la familia humana,
como el homo habilis o el homo erectus, fósiles que no sólo nunca he visto,
sino que aún cuando los tuviera en mis manos yo particularmente no sabría
reconocerlos como lo que los antropólogos paleontólogos dicen que son. También
creo que la vida no es más que una sutil consecuencia de la física y de la
química, como afirma la mayoría de los biólogos, aunque yo de átomos,
moléculas, glúcidos, lípidos, prótidos y ácidos nucleicos no entiendo casi
nada. Y también creo que el orden majestuoso que hoy se observa en el sistema
solar es producto de un origen extraordinariamente violento y caótico, de un
proceso donde los planetas que vemos orbitando bien podrían igualmente estar
ausentes, o vagar en pedazos en forma de meteoritos o asteroides. Esto es lo
que nos dicen los cosmólogos aunque en esto, desde luego yo tampoco soy ningún
especialista.. Es decir, a mí nada de esto me consta personalmente y es
innegable que mis creencias dependen mucho de la confianza, de la {fe} que yo
tengo en las creencias o convicciones de otros. Y en esto debo subrayar que yo
soy sólo ejemplo de lo que nos sucede a todos los seres humanos. Muchas de
nuestras creencias, desde el más ignorante hasta el más sabio de los hombres,
están conformadas, en alguna medida, por la confianza o fe que tenemos en las
opiniones o creencias de otros. Es curioso. Hay manifestaciones de {fe} donde
la convicción brilla por su ausencia pero también hay {convicciones} donde la
fe no brilla por su ausencia.
¿Qué significa entonces todo este embrollo
en torno a la fe? ¿No hay diferencias importantes entre las creencias
religiosas y las creencias científicas, las creencias del ateo? Son varias las
diferencias y no digamos importantes sino fundamentales. Que nadie se vaya,
lectores, porque la {pudibunda} fe está por ser despojada de las últimas
prendas que la cubren.
Como se desprende del desarrollo de toda
esta argumentación, tener fe es siempre la expresión de una expectativa sobre
algo que es incierto o inseguro. Sería redondamente ridículo expresar fe acerca
de hechos ya sucedidos o conocidos. Nadie diría, por ejemplo, hoy por hoy, que
tiene fe en que el hombre es capaz de crear maquinas que puedan volar. Y se
desprende también que aún en los casos donde las expectativas están apoyadas en
hechos sólidos, es decir, en una convicción, de cualquier manera no hay
garantía total de que la expectativa resulte ser como se cree o se piense que
sea. No importa lo convencido que una persona pueda estar acerca de algo,
siempre es posible que esté equivocado. El sismo pronosticado puede no llegar a
ocurrir. El equipo favorito para ganar un torneo puede quedar apenas a media
tabla. El marido supuestamente intachable puede ser en realidad infiel o
abusivo con sus hijos. El ex campeón de boxeo puede nunca volver a ganar una
pelea. Y es también sin duda posible, y según se quieran ver las cosas, aún
probable, que los paleontólogos, los biólogos y los cosmólogos estén, por el
motivo que sea, parcial o incluso totalmente equivocados en sus apreciaciones.
Y esta ACTITUD, de reconocer que uno siempre puede estar errado, (de modo que
los hechos científicamente establecidos están siempre en constante revisión y
no abandonan nunca, de hecho su condición de hipótesis), actitud propia de
quien tiene una mentalidad abierta, disciplinada y autocrítica, es lo que mejor
transparenta los significados de la fe. Porque, ¿ acaso existe, dentro de las
creencias religiosas, el reconocimiento de que éstas puedan estar equivocadas?
No. Dentro de las creencias religiosas no existe esa posibilidad. Aquí en
México no hay ninguna posibilidad que las apariciones y milagros de la Virgen
de Guadalupe sean sólo un mito. Entre los musulmanes no hay ninguna posibilidad
de que el Corán haya sido, no dictado por Alá, el único Dios verdadero, sino
escrito por algún grupo de árabes fanáticos. Para un católico no hay ninguna
posibilidad de que el Papa y el brujo más distinguido de cualquier religión
primitiva sean esencialmente lo mismo. En fin, dentro de las creencias
religiosas no hay lugar para la duda o las rectificaciones. Las creencias
representan verdades absolutas y finales; los cuestionamientos acerca de ellas
están fuera de lugar, están prohibidas. Luego entonces el significado religioso
de la fe, cuando los creyentes usan este término para abanderar y justificar
sus creencias religiosas, es muy concreto y muy claro: EQUIVALE A DOGMA Y A
DOGMA SÓLAMENTE. Y la fe en este sentido de dogma, como dice el niño citado por
William James, es creer en algo que uno sabe que no puede ser verdadero. O como
afirma Friedrich Nietzsche en El Anticristo : {fe} equivale a no querer saber
la verdad.
Es patente, pues, que dentro de la actitud
dogmática podrían caber todos los necios recalcitrantes, todos los incoherentes
consuetudinarios y todos los que sufren de bloqueos sicológicos religiosos del
mundo. Pero a menos que queramos engañarnos a nosotros, a menos que nos importe
un comino pisotear nuestra dignidad intelectual, es indisputable que no podemos
permitirnos seguir sustentando en dogmas las creencias religiosas ni las
creencias de cualquier otro tipo. Porque de este análisis de los significados
de la fe hemos podido develar que el creyente, ESCUDADO EN LAS CONNOTACIONES
RESPETABLES QUE CIERTAMENTE ESTE TÉRMINO POSEE EN OTROS SENTIDOS, PRETENDE QUE
EL DE DOGMA TAMBIÉN LO ES. Pero ahora sabemos que NO ES ASÍ. Un dogma no es
algo respetable. Esto los mismos creyentes lo saben y de ahí que, como
manifiesta asimismo Nietzsche en su obra arriba citada, los místicos
experimenten un odio hacia el pensamiento racional, la realidad y la
investigación científica. Es comprensible. Al científico, y consecuentemente al
ateo, que puede no ser un científico profesional pero en actitud sí lo es, le
interesa que sus creencias puedan ser DIRECTA O INDIRECTAMENTE VERIFICADAS, que
SEAN COMPATIBLES CON OTROS HECHOS ESTABLECIDOS, y que PUEDAN EXPLICAR Y AÚN
PREDECIR otros hechos que puedan relacionarse o derivarse de sus creencias. Al
religioso nada de esto le interesa. Y esto es lo que deja la fe del creyente,
al dogma, sin ni siquiera la proverbial hoja de parra que la cubra. El dogma
desnudo.
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