“¿Qué significan los ideales ascéticos?”, un tratado consignado a desnudar la psicología del ideal ascético como aquel Ideal que funde moral y conocimiento, encarnado en la figura genealógica de sacerdote asceta.
En el momento en que los oprimidos, los maltratados, los rebajados se exhortan entre sí, indignados se dicen con la astucia propia de los impotentes: seamos diferentes de los malvados, seamos buenos y se es bueno sino ofende, no daña a nadie, no se venga personalmente y deja la venganza a Dios; aquel que espera poco de la vida, el paciente, el humilde, el justo. Sin embargo, esta constatación de la propia debilidad se ha revestido, gracias al autoengaño de la impotencia, con el disfraz ostentoso de la resignación y del logro voluntario. La declaración de los nuevos ideales forja a los ideales del resentimiento: la impotencia que no puede desquitarse se presenta como bondad de corazón, la vileza como humildad, la sujeción a los que se odia como obediencia exigida por Dios, la cobardía como paciencia y la ineptitud para vengarse como perdón, e incluso, como amor al prójimo. La miseria se convierte en signo de elección y predilección por parte de Dios como aquella preparación para la prueba de vivir la fe en la esperanza para alcanzar la compensación del Juicio Final que anuncia la venida del Reino de Dios.
El ideal ascético es pues, un arma en la lucha contra el dolor sordo y constante del sinsentido y la desesperanza propias de la vida. Sin embargo, también resulta un artificio de la voluntad de la vida, una ficción e ilusión de la voluntad de poder que, antes de enfrentarse a la nada y aniquilarse, escoge esta expresión enferma y decadente de valoración y vinculación. Es aquel ideal que desprecia esta vida y extiende su mirada del final y de sus objetivos en un más allá. Un ideal sinónimo a nada, pues ha sido elevado como el ideal y avalado por la divinidad que está por encima de la vida terrenal. La espiritualidad ascética elevó su espíritu dominante como garantía de su ideal, pues es “sabido cuales son las tres pomposas palabras del ideal ascético: pobreza, humildad, castidad” (Nietzsche, 1994a: 126).
Así, este ideal produce un efecto inhibitorio de los contrarios de estas tres cualidades humanas y todo desvío de esta regla es causa de sanciones divinas y autosanciones físicas: El ideal ascético: momento de la sublimación. Lo que finalmente quiere la vida débil o reactiva es la negación de la vida. Su voluntad de poder es voluntad de nada, como condición de su triunfo. La voluntad de nada, al revés, sólo tolera la vida débil, mutilada reactiva: estados cercanos a cero. Se fragua entonces la inquietante alianza. La vida será juzgada según valores piadosos llamados superiores a la vida: aquellos valores piadosos se oponen a la vida, la condenan, la conducen a la nada; solamente prometen la salvación a las formas más reactivas, más débiles y más enfermas de la vida. Ésta es la alianza del Dios-Nada y del Hombre-Reactivo. Todo se ha vuelto al revés: los esclavos se llaman señores, los débiles se llaman fuertes, la bajeza se denomina nobleza. Se dice que alguien es noble y fuerte porque carga: carga con el peso de los valores “superiores”, se siente responsable. Incluso con la vida, sobre todo con la vida, le parece duro cargar. Las evaluaciones son deformadas hasta tal punto que ya no se puede ver que el cargador es un esclavo, que con lo que carga es con una esclavitud, que el portalastres es un endeble –lo contrario de un creador, de un bailarían (Deleuze, 2000: 37).
En síntesis, la característica fundamental del ideal ascético, es que hizo alcanzar a los sentimientos humanos un estado moral desvirtuado de su naturaleza, emigrándolos de la tierra a un sitio ultraterreno, haciendo surgir una moral como contranaturaleza (Nietzsche, 1994b: 66-59). Además, paralizando el movimiento natural de los valores en una llamada vida contemplativa, como en la aceptación muda de las culpas inocentes y en la elevación de la búsqueda de la verdad en el error –donde la razón resulta el “autoescarnio ascético” (Nietzsche, 1994a: 138)–, desde donde se deriva la función del sacerdote asceta: la del salvador predestinado de esta vida. Su misión histórica consiste en aliviar el sufrimiento, en dominarlo y con este fin se esfuerza por alterar la dirección del resentimiento (Nietzsche, 1994a: 147) y combate sólo el desconcierto del sufriente, no combate la causa del sufrimiento y la verdadera enfermedad que son la conciencia culpable, el sentimiento de culpa y el pecado. El “dominio sobre quienes sufren en su reino” (Nietzsche, 1994a: 148), es su felicidad y se sirve de ciertos medios para manejar la dirección de los sentimientos del que sufre y, sobre todo, del instinto de autosuperación.
Los medios utilizados por el sacerdote asceta para este combate, son los inocentes y los culpables. Respecto de los primeros, los ideales ascéticos tienden a abolir o, por lo menos, a minimizar el deseo, con el fin de reducir la vitalidad a un estado de hibernación, con ello se produce un embotamiento hipnótico de la sensibilidad, de la capacidad de sufrimiento por medio de la actividad mecánica, de la laboriosidad, desviando la atención del que sufre sobre la causa del sufrimiento. Para ello, prescribe un pequeño placer, fácilmente alcanzable, que puede constituir un recurso frecuente y aplicarse en combinación con las medidas anteriores: el placer de dar placer, es decir, hacer el bien, ayudar, aliviar, consolar, en una palabra, solidarizar. Los medios culpables, están apoyados en una especie de exaltación del sentimiento que despierta al hombre de su melancolía y espanta, por un tiempo, al dolor bajo la atracción de un sentido, de una interpretación y justificación religiosa del sufrimiento. En Dios radica el resguardo y consuelo finales, en Él está la explicación del porqué del sufrimiento. Tratan sólo de algún desenfreno de los sentimientos: consisten en sacar “el alma humana de todos sus quicios, sumergirla en terrores, escalofríos, ardores y éxtasis, de modo que se despliegue, como fulminantemente, de toda la pequeñez y mezquindad propias del desplacer, del letargo, del fastidio” (Nietzsche, 1994a: 162).
El principal ardid en este sentido es, por cierto, aprovecharse del sentimiento de culpa, que aquí cobra la forma de pecado (Nietzsche, 1994a: 163-164). Con todo, se trata de la explotación del sentimiento de culpa mediante una inversión en la dirección del resentimiento. Todo el que sufre busca una causa de su sufrimiento y un agente sobre el cual desahogar su frustración. Vagando sin encontrar las razones que lo aliviarán, recibe por fin de un pastor un indicio acerca de la causa de su dolor: debe buscar en sí mismo alguna culpa, debe entender su sufrimiento como castigo, una experiencia sufriente justificada completamente desde la lógica ascética y su administración. Este es, precisamente, el significado del ideal ascético: algo le faltaba al hombre, pero su problema central no era el sufrimiento mismo, sino la carencia de sentido de tal sufrir, la carencia de respuesta y explicación a las preguntas ¿por qué sufro?, ¿qué o cuál es la causa de este sufrimiento?, ¿quién es el responsable de tal sensación de culpabilidad?
En el momento en que los oprimidos, los maltratados, los rebajados se exhortan entre sí, indignados se dicen con la astucia propia de los impotentes: seamos diferentes de los malvados, seamos buenos y se es bueno sino ofende, no daña a nadie, no se venga personalmente y deja la venganza a Dios; aquel que espera poco de la vida, el paciente, el humilde, el justo. Sin embargo, esta constatación de la propia debilidad se ha revestido, gracias al autoengaño de la impotencia, con el disfraz ostentoso de la resignación y del logro voluntario. La declaración de los nuevos ideales forja a los ideales del resentimiento: la impotencia que no puede desquitarse se presenta como bondad de corazón, la vileza como humildad, la sujeción a los que se odia como obediencia exigida por Dios, la cobardía como paciencia y la ineptitud para vengarse como perdón, e incluso, como amor al prójimo. La miseria se convierte en signo de elección y predilección por parte de Dios como aquella preparación para la prueba de vivir la fe en la esperanza para alcanzar la compensación del Juicio Final que anuncia la venida del Reino de Dios.
El ideal ascético es pues, un arma en la lucha contra el dolor sordo y constante del sinsentido y la desesperanza propias de la vida. Sin embargo, también resulta un artificio de la voluntad de la vida, una ficción e ilusión de la voluntad de poder que, antes de enfrentarse a la nada y aniquilarse, escoge esta expresión enferma y decadente de valoración y vinculación. Es aquel ideal que desprecia esta vida y extiende su mirada del final y de sus objetivos en un más allá. Un ideal sinónimo a nada, pues ha sido elevado como el ideal y avalado por la divinidad que está por encima de la vida terrenal. La espiritualidad ascética elevó su espíritu dominante como garantía de su ideal, pues es “sabido cuales son las tres pomposas palabras del ideal ascético: pobreza, humildad, castidad” (Nietzsche, 1994a: 126).
Así, este ideal produce un efecto inhibitorio de los contrarios de estas tres cualidades humanas y todo desvío de esta regla es causa de sanciones divinas y autosanciones físicas: El ideal ascético: momento de la sublimación. Lo que finalmente quiere la vida débil o reactiva es la negación de la vida. Su voluntad de poder es voluntad de nada, como condición de su triunfo. La voluntad de nada, al revés, sólo tolera la vida débil, mutilada reactiva: estados cercanos a cero. Se fragua entonces la inquietante alianza. La vida será juzgada según valores piadosos llamados superiores a la vida: aquellos valores piadosos se oponen a la vida, la condenan, la conducen a la nada; solamente prometen la salvación a las formas más reactivas, más débiles y más enfermas de la vida. Ésta es la alianza del Dios-Nada y del Hombre-Reactivo. Todo se ha vuelto al revés: los esclavos se llaman señores, los débiles se llaman fuertes, la bajeza se denomina nobleza. Se dice que alguien es noble y fuerte porque carga: carga con el peso de los valores “superiores”, se siente responsable. Incluso con la vida, sobre todo con la vida, le parece duro cargar. Las evaluaciones son deformadas hasta tal punto que ya no se puede ver que el cargador es un esclavo, que con lo que carga es con una esclavitud, que el portalastres es un endeble –lo contrario de un creador, de un bailarían (Deleuze, 2000: 37).
En síntesis, la característica fundamental del ideal ascético, es que hizo alcanzar a los sentimientos humanos un estado moral desvirtuado de su naturaleza, emigrándolos de la tierra a un sitio ultraterreno, haciendo surgir una moral como contranaturaleza (Nietzsche, 1994b: 66-59). Además, paralizando el movimiento natural de los valores en una llamada vida contemplativa, como en la aceptación muda de las culpas inocentes y en la elevación de la búsqueda de la verdad en el error –donde la razón resulta el “autoescarnio ascético” (Nietzsche, 1994a: 138)–, desde donde se deriva la función del sacerdote asceta: la del salvador predestinado de esta vida. Su misión histórica consiste en aliviar el sufrimiento, en dominarlo y con este fin se esfuerza por alterar la dirección del resentimiento (Nietzsche, 1994a: 147) y combate sólo el desconcierto del sufriente, no combate la causa del sufrimiento y la verdadera enfermedad que son la conciencia culpable, el sentimiento de culpa y el pecado. El “dominio sobre quienes sufren en su reino” (Nietzsche, 1994a: 148), es su felicidad y se sirve de ciertos medios para manejar la dirección de los sentimientos del que sufre y, sobre todo, del instinto de autosuperación.
Los medios utilizados por el sacerdote asceta para este combate, son los inocentes y los culpables. Respecto de los primeros, los ideales ascéticos tienden a abolir o, por lo menos, a minimizar el deseo, con el fin de reducir la vitalidad a un estado de hibernación, con ello se produce un embotamiento hipnótico de la sensibilidad, de la capacidad de sufrimiento por medio de la actividad mecánica, de la laboriosidad, desviando la atención del que sufre sobre la causa del sufrimiento. Para ello, prescribe un pequeño placer, fácilmente alcanzable, que puede constituir un recurso frecuente y aplicarse en combinación con las medidas anteriores: el placer de dar placer, es decir, hacer el bien, ayudar, aliviar, consolar, en una palabra, solidarizar. Los medios culpables, están apoyados en una especie de exaltación del sentimiento que despierta al hombre de su melancolía y espanta, por un tiempo, al dolor bajo la atracción de un sentido, de una interpretación y justificación religiosa del sufrimiento. En Dios radica el resguardo y consuelo finales, en Él está la explicación del porqué del sufrimiento. Tratan sólo de algún desenfreno de los sentimientos: consisten en sacar “el alma humana de todos sus quicios, sumergirla en terrores, escalofríos, ardores y éxtasis, de modo que se despliegue, como fulminantemente, de toda la pequeñez y mezquindad propias del desplacer, del letargo, del fastidio” (Nietzsche, 1994a: 162).
El principal ardid en este sentido es, por cierto, aprovecharse del sentimiento de culpa, que aquí cobra la forma de pecado (Nietzsche, 1994a: 163-164). Con todo, se trata de la explotación del sentimiento de culpa mediante una inversión en la dirección del resentimiento. Todo el que sufre busca una causa de su sufrimiento y un agente sobre el cual desahogar su frustración. Vagando sin encontrar las razones que lo aliviarán, recibe por fin de un pastor un indicio acerca de la causa de su dolor: debe buscar en sí mismo alguna culpa, debe entender su sufrimiento como castigo, una experiencia sufriente justificada completamente desde la lógica ascética y su administración. Este es, precisamente, el significado del ideal ascético: algo le faltaba al hombre, pero su problema central no era el sufrimiento mismo, sino la carencia de sentido de tal sufrir, la carencia de respuesta y explicación a las preguntas ¿por qué sufro?, ¿qué o cuál es la causa de este sufrimiento?, ¿quién es el responsable de tal sensación de culpabilidad?
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