Como suelo hacer cuando me da por pensar que hay cosas que
nunca cambian, busco refugio en las palabras de otros. Me ofrecen algún alivio
las de José Luis Sampedro: «Desde la primera infancia nos enseñan, primero, a
creer lo que nos dicen las autoridades, los padres, la mayoría, el cura... y,
luego, a razonar sobre lo que hemos creído. No, no, no. La libertad de
pensamiento es al revés: primero razonar y luego creeremos...»

Por eso, para que las cosas en el mundo vayan a mejor, se me
antoja tan importante que los dogmas religiosos dejen de ser inculcados en los
cerebros de los niños como si fuesen certezas absolutas. Por eso defiendo con
absoluta convicción la idea de que las creencias religiosas deberían estudiarse
en los colegios desde una perspectiva antropológica y sociológica, pero nunca
como verdades demostradas. Y si, una vez adulta, una persona, tras haber
aprendido a razonar, desea creer en uno u otro dios, o en varios, las
religiones siempre estarán ahí, para ofrecerle sus milagros y sus consuelos
metafísicos.
A veces, mi visión de un mundo en el que las creencias no
vayan antes que las razones me parece utópica. Y en esos instantes se
apodera de mí la idea de que perdemos el tiempo, ustedes y yo. La idea de que
no sirve de nada leer y escribir insistentemente sobre tanto sinsentido.
de clemente garcia novella
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