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sábado, 12 de mayo de 2012


Como suelo hacer cuando me da por pensar que hay cosas que nunca cambian, busco refugio en las palabras de otros. Me ofrecen algún alivio las de José Luis Sampedro: «Desde la primera infancia nos enseñan, primero, a creer lo que nos dicen las autoridades, los padres, la mayoría, el cura... y, luego, a razonar sobre lo que hemos creído. No, no, no. La libertad de pensamiento es al revés: primero razonar y luego creeremos...»
            Seguramente, a esa mayoría le resultará ya imposible invertir el orden y pasar a razonar primero para creer después. Quizá es demasiado tarde para la libertad mental de muchos. Pero no lo es para los más jóvenes.
Por eso, para que las cosas en el mundo vayan a mejor, se me antoja tan importante que los dogmas religiosos dejen de ser inculcados en los cerebros de los niños como si fuesen certezas absolutas. Por eso defiendo con absoluta convicción la idea de que las creencias religiosas deberían estudiarse en los colegios desde una perspectiva antropológica y sociológica, pero nunca como verdades demostradas. Y si, una vez adulta, una persona, tras haber aprendido a razonar, desea creer en uno u otro dios, o en varios, las religiones siempre estarán ahí, para ofrecerle sus milagros y sus consuelos metafísicos.
          A veces, mi visión de un mundo en el que las creencias no vayan antes que las razones me parece utópica. Y en esos instantes se apodera de mí la idea de que perdemos el tiempo, ustedes y yo. La idea de que no sirve de nada leer y escribir insistentemente sobre tanto sinsentido.
de clemente garcia novella

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