
Es curioso como Onfray y Zafaroni desde distintos marcos
teóricos, llegan a una misma hipótesis teórica sobre el tratamiento hacia la
mujer, del que se aprovecha la religión.
Pero, por otro lado, quiero decir que los discursos legitimantes
del poder punitivo de la
Edad Media están plenamente vigentes, hasta el punto de que
la criminología nació como saber autónomo en las postrimerías del Medioevo y
fijó una estructura que permanece casi inalterada y reaparece cada vez que el
poder punitivo quiere liberarse de todo límite y desembocar en una masacre.
Cuando renació el poder punitivo, el obispo de Roma –el Papa–
estaba deseoso de contener a todos los que pretendían comunicarse directamente
con Dios al margen de su mediación o de la de sus dependientes. Para reforzar
ese monopolio telefónico –y también para concentrar poder económico– estableció
una jurisdicción, o sea, un cuerpo de jueces propios encargados de perseguir a
los revoltosos, llamados herejes. Ese fue el tribunal del Santo Oficio o
Inquisición romana, hoy Doctrina de la Fe cargo que ostentaba Ratzinger antes
de su papado.La reaparición del poder punitivo y el surgimiento de la Inquisición cambiaron
todo. Hasta ese momento, en los procesos de partes la verdad se establecía por
las ordalías o pruebas de Dios. Los jueces anteriores a la vuelta del Digesto y
a los inquisidores, eran en realidad árbitros deportivos, pues la ordalía más
frecuente era el duelo. El que vencía era quien tenía razón, porque se invocaba
a Dios y éste bajaba mágicamente convocado y se expresaba en el duelo,
permitiendo ganar sólo al que tenía razón.
Los jueces no juzgaban sino que cuidaban que no hubiese fraude.
El que decidía era Dios. Pueden imaginarse que esos jueces tenían una absoluta
tranquilidad de conciencia.
Con las leyes romanas imperiales inyectadas por los juristas, la
verdad pasó a establecerse por interrogación, por inquisitio. El imputado debía
ser interrogado, y si no quería responder se le extraía la verdad por la
violencia, la tortura. Para eso habían secuestrado a Dios y la ordalía se había
vuelto innecesaria, pues ya Dios estaba siempre del lado del que ejercía la
violencia. El poder tenía atado a Dios, porque siempre hacía el bien.
Según Foucault todo el saber adoptó el método del interrogatorio
violento. Algo de eso parece haber si comparamos la inquisición con la
vivisección, pero volvamos a lo nuestro. La Inquisición romana
ejercía el poder de juzgar en toda Europa porque no había estados nacionales y
los señores feudales no podían impedirlo, pese a que les molestaba.
En España, donde la sociedad ya tenía forma de ejército, el
poder de la Inquisición
no fue papal sino al servicio del rey, a diferencia del resto de Europa. Por
eso la Inquisición
española tiene una historia separada de la romana.
Con este instrumento, el Papa masacró rápidamente a unos cuantos
herejes (los albigenses, los cátaros, etc.). También se juntó con los franceses
para fritar a los templarios y repartirse sus riquezas, imputándoles que eran
gays y tenían un ritual de
iniciación de sometimiento sexual, medio Eláter style. Pero
pronto la Inquisición
se quedó sin trabajo y sin enemigo, porque los había matado a todos.
Para justificar su brutal poder punitivo necesitaba un enemigo
que tuviese más aguante, que fuese de mejor calidad. Así fue como apeló a un
enemigo de muy buen material, que duró varios siglos: Satán, que en hebreo
significa justamente enemigo.
Como era difícil explicar semejante poder sanguinario en el
marco de una religión cuyo Dios no era guerrero, sino una víctima ejecutada en
un instrumento de tortura propio del poder punitivo del Imperio Romano
(equivalente a la silla eléctrica del siglo XX), era necesario inventarle un
enemigo guerrero, y así Satán terminó siendo el comandante
en jefe de un ejército compuesto por legiones de diablos.
Para eso le vino muy bien la cosmovisión que casi diez siglos
antes había imaginado San Agustín, que había vivido en el norte de Africa en el
siglo IV y después de participar en cuanta fiesta pudo, cuando le bajaron las
hormonas –y como antes había combinado sus
andanzas con el maniqueísmo– imaginó que había dos mundos enfrentados en forma
de espejo: uno de Dios y otro de Satán, la ciudad de Dios y la del diablo. Ni
grises ,sencillamente el Bien y el Mal
Ambas ciudades tenían equipos rivales: los del diablo se
dedicaban al deporte de tentar a los de Dios porque éstos podían salvarse, en
tanto que ellos, como ángeles caídos, estaban irremisiblemente condenados a ser
destruidos en el juicio final y, por lo tanto, trataban de postergarlo y de
bajar el número de salvables. No quedaba claro por qué no los destruyeron antes
y era necesario esperar el juicio, pero no importa.
Lo cierto es que en ese mundo macizo pero perfectamente dividido
no había posibilidad de neutralidad: o se estaba con Dios o con Satán. Todo lo
que estaba fuera de la ciudad de Dios era dominio satánico, incluyendo los
dioses paganos (y después lo serían las religiones de nuestros pueblos
originarios).
Cabe aclarar que el pobre San Agustín no mató a nadie, sino que
sólo armó ese discurso y como había muerto casi mil años antes de la Inquisición , se ahorró
la pena de ver lo que se hacía con éste. Hubo otros ideólogos que tuvieron
menos suerte y la vida les dio la oportunidad de quejarse y arrepentirse,
viendo cómo usaban sus ideas. Agustín tuvo incluso destellos muy inteligentes,
como el de enunciar la primera política de reducción de daños en materia de
aborto.
Pero cuando el Papa se valió del invento agustiniano para
perseguir todo lo que no se sometía a su poder y consagró la Inquisición a luchar
contra Satán, como éste no aparecía por ningún lado, tuvo que agarrársela con
algunos humanos y ya no le quedaban herejes. Por ende, la emprendió contra la
mitad de la especie humana, contra las mujeres. Para eso se inventó la teoría
del pacto satánico.
Satán no podía actuar solo, necesitaba la complicidad de humanos
(no me pregunten por qué, porque no lo sé). Para eso había humanos que
celebraban un pacto con el enemigo, con Satán. Era un contrato de compra-venta
prohibido, pero que por su naturaleza sólo podían celebrarlo humanos
inferiores, que eran las mujeres. ¿Por qué? Por razones
genéticas, biológicas: tenían un defecto de fábrica por provenir
de una costilla curva del pecho del hombre, lo que contrastaba con la rectitud
de éste (no sé tampoco dónde el hombre es recto, pero sigamos).
Por eso tienen menos inteligencia y por ende, menos fe. Lo
ratificaban inventando que fémina proviene de fe y minus, o sea, menos fe (es
mentira, pues femina viene del sánscrito, del verbo que significa amamantar).
Así fue como la
Inquisición se dedicó a controlar a las mujeres díscolas y
libró a la combustión a unos cuantos miles de ellas por brujas en casi toda
Europa.
Pero el poder de Satán y sus muchachos fue muy estudiado y
teorizado por los encargados de la Inquisición , que fueron los dominicos, orden
fundada por Sto. Domingo de Guzmán, pero también conocidos como perros del
Señor (canes del Dominus). Estos fueron los primeros criminólogos, como
estudiosos de la etiología u origen del mal. Es claro que no se llamaron
criminólogos sino demonólogos. Casi ningún criminólogo acepta ese origen,
porque no es una buena partida de nacimiento; prefieren considerarse herederos
del Iluminismo o incluso del siglo XIX y olvidar el nombre de los viejos
demonólogos, a los que nadie menciona. Pero lo cierto es que nadie tiene la
culpa de sus ascendientes.
Pero la demonología no dejó de crear contradicciones, porque los
juristas –glosadores y posglosadores– habían tratado de sistematizar sus
especulaciones conforme a
cierta lógica, que tomaban de la ética tradicional. Esto se debe a que en la
medida en que se quiera dotar de alguna lógica interna al discurso legitimante
del poder punitivo, surge un mínimo de límites, porque la necesidad no es
infinita. Justamente, para eliminar esos límites creando una necesidad casi
infinita y absoluta, fue que se autonomizó la criminología con el nombre de
demonología.
Los juristas pretendían que la pena hacía pagar la deuda del
delito. Si el crimen resultaba de una elección libre, había que retribuir el
mal con el mal. La idea de culpa dominaba sus lucubraciones. Les recuerdo que
culpa y deuda son sinónimos. El viejo Padrenuestro decía perdónanos nuestras
deudas y no eran los pagarés que firmábamos, sino nuestras culpas. En alemán
Schuld tiene también ese doble significado.
Esto ponía un pequeño límite a la pena, exigía cierta proporción
con el reproche de la culpa.
Y como la mujer era inferior, era menos inteligente que el
hombre, debía ser menos culpable y por ende merecer menos pena. Los juristas
las consideraban como niñas, en permanente estado de inmadurez.
Pero los inquisidores no se atenían a la culpa, sino al grado de
peligro que presentaban las brujas y Satán, que ponía en riesgo a la humanidad.
Para los demonólogos había una emergencia gravísima y nada debía obstaculizar
la represión preventiva. Aquí surgió una cuestión que hasta hoy no se
solucionó:
¿La pena se fija por la culpa o por la peligrosidad?
Los penalistas siguen discutiendo la incoherencia con parches,
mientras los jueces deciden lo que les parece.
Como vemos, la
Edad Media está presente. En su tiempo esto se resolvió
argumentando que el pacto satánico era un crimen más grave que el pecado
original, porque en éste Adán y Eva habían sido engañados, pero el pacto con
Satán se celebraba con voluntad plena, con conciencia del mal y, además, era
una traición, nada menos que para la ciudad de Dios, con lo cual había que
seguir la tradición germana.
Cabe hacer notar que los germanos eran más ecológicos, porque no
dañaban los árboles, en vez los inquisidores quemaban su madera. Pero lo cierto
es que este modelo marcó la estructura de todos los discursos posteriores
legitimantes de masacres. Por eso será necesario detenerse en el análisis de
esa estructura.
4. La estructura inquisitorial
Los demonólogos elaboraron un discurso muy bien armado para
liberar a su poder punitivo de todo límite, en función de una emergencia
desatada por Satán y sus muchachos en combinación con las chicas terrenas.
Por cierto que si alguien sostuviese hoy esta tesis sería
irremisiblemente psiquiatrizado. Pero no podemos quedarnos en la anécdota,
porque, aunque parezca mentira, la estructura demonológica se mantiene hasta el
presente. Los discursos tienen una estructura y un contenido. Se trata de algo
parecido a un programa de computación, supongamos que para alimentarlo con los
libros de una biblioteca. Podemos cargar el programa con libros esotéricos y
tendremos una biblioteca de esa naturaleza, pero también podemos vaciar su
contenido y recargarlo con otros libros y tendremos bibliotecas de medicina,
física, química, historia, o lo que sea. Pues bien: lo que permanece del
discurso inquisitorial o demonológico no es el contenido, sino justamente el
programa, la estructura.
A lo largo de los siglos se vació y se volvió a alimentar el
mismo programa con otras informaciones, con datos de nuevas emergencias,
creíbles según pautas culturales de cada momento: se dejó de creer en Satán y
sus chicas, pero se creyeron otras cosas que hoy tampoco son creíbles, aunque
se sigue alimentando el programa con datos que hoy son creíbles y mañana serán
tan increíbles como Satán, sus legiones de diablos y sus muchachas.
Desde la inquisición hasta hoy se sucedieron los discursos con
idéntica estructura: se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria
que pone en riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al
mundo occidental, etc., y el miedo a la emergencia se usa para eliminar
cualquier obstáculo al poder punitivo que se presenta como la única solución
para neutralizarlo (...)
Informe
gracias Cris
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