El énfasis cristiano acerca del alma
individual ha tenido una profunda influencia sobre la ética de las comunidades
cristianas. Es una doctrina fundamentalmente afín a la de los estoicos, nacida,
como la de ellos, en comunidades que no podían tener ya esperanzas políticas. El impulso natural de la persona
vigorosa y decente es tratar de hacer el bien, pero si se ve privada de todo
poder político y de toda oportunidad de influir en los acontecimientos, se verá
desviada de su curso natural, y decidirá que lo importante es ser bueno. Eso es
lo que les ocurrió a los primeros cristianos; ha conducido a un concepto de
santidad personal como algo completamente independiente de la acción benéfica,
ya que la santidad tenía que ser algo que podía ser logrado por personas
impotentes en la acción. Por lo tanto, la virtud social llegó a estar excluida
de la ética cristiana. Hasta hoy los cristianos convencionales piensan que un
adúltero es peor que un político que acepta sobornos, aunque este último
probablemente hace un mal mil veces mayor. El concepto medieval de la virtud,
como se ve en sus cuadros, era algo ligero, débil y sentimental. El hombre más
virtuoso era el ho mbre que se retiraba del mundo; los únicos hombres de acción
que se consideraban santos eran los que gastaban la vida y la sustancia de sus
súbditos combatiendo a los turcos, como San Luis. La Iglesia no consideraría
jamás santo a un hombre porque reformase las finanzas, la ley criminal o la
judicial. Tales contribuciones al bienestar humano se considerarían como
carentes de importancia. Yo no creo que haya un solo santo en todo el
calendario cu-ya santidad se deba a obras de utilidad pública. Con esta
separación entre la persona social y moral hubo una creciente separación entre
el cuerpo y el alma, que ha sobrevivido en la metafísica cristiana y en los
sistemas derivados de Descartes. Puede decirse, hablando en sentido general,
que el cuerpo representa la parte social y pública de un hombre, mientras que
el alma representa la parte privada. Al poner de relieve el alma, la ética
cristiana, se ha hecho completamente individualista. Creo que es claro que el
resultado neto de todos estos siglos de cristianismo ha sido hacer a los
hombres más egoístas, más encerrados en sí mismos, de lo que eran naturalmente;
pues los impulsos que naturalmente sacan a un hombre fuera de los muros de su
ego son los del sexo, la paternidad y el patriotismo o instinto de rebaño. La
Iglesia ha hecho todo lo posible para degradar el sexo; los afectos familiares
fueron vituperados por el mismo Cristo y por la mayoría de sus discípulos; y el
patriotismo carecía de lugar entre las poblaciones sometidas al Imperio Romano.
La polémica contra la 23 familia en los Evangelios es un asunto
que no ha recibido la atención merecida. La Iglesia trata a la Madre de Cristo
con reverencia, pero Él no muestra esta actitud: «¿Mujer, qué nos va a mí y a
ti?» (San Juan, II: 4.) Este es su modo de hablarle. También dice que ha venido
para separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de la
suegra y «quien ama al padre o a la madre más que a mí no merece ser mío» (San
Mateo, X: 35-7). Todo esto significa la ruptura del vínculo biológico familiar
por causa del credo, una actitud que tiene mucho que ver con la intolerancia
que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo.
Este individualismo culminó en la
doctrina de la inmortalidad del alma individual, que estaba destinada a
disfrutar dicha o pena eternas, según las circunstancias. Las circunstancias de
que ello dependía eran algo curiosas. Por ejemplo, si se moría inmediatamente
después que un sacerdote hubiera rociado agua sobre uno tras pronunciar ciertas
palabras, se heredaba la dicha eterna; pero, si después de una vida larga y
virtuosa, uno moría herido por un rayo en el momento en que blasfemaba porque
se había roto el cordón de una bota, se heredaba un eterno tormento. No digo
que el moderno cristiano protestante crea esto, ni siquiera quizás el moderno
cristiano católico adecuadamente instruido en teología; pero lo que afirmo es
que esta es la doctrina ortodoxa creída firmemente hasta hace poco. Los
es-pañoles en México y Perú solían bautizar a los niños indios y luego
estrellarles los sesos: así se aseguraban de que aquellos niños se iban al
Cielo. Ningún cristiano ortodoxo puede hallar ninguna razón lógica para
condenar su acción, aunque en la actualidad todos lo hacen. En mil modos la
doctrina de la inmortalidad personal en la forma cristiana ha tenido efectos
desastrosos sobre la moral, y la separación metafísica de alma y cuerpo ha
tenido efectos desastrosos sobre la filosofía.
Bertrand Russell
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