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jueves, 30 de octubre de 2014

La vida . . . ¿Evolución o creación?



          “La evolución es una realidad tan innegable como el calor del sol”, afirma el profesor Richard Dawkins, científico evolucionista, que es actualmente uno de los más importantes del mundo y un darvinista convicto y confeso, con teorías que ponen los pelos de punta a más de un creacionista conservador. En su reciente libro “El gen egoísta”, postula que los seres vivos son organismos que, impulsados por su ADN, tienen como función lograr preponderancia en su especie para difundir la información genética a su descendencia. “Somos robots programados con un único fin: perpetuar la existencia de los genes egoístas que llevamos en nuestras células” afirma, lapidario.
             También lo aseguran muchos colegas suyos que han comprobado que los seres vivos van experimentando modificaciones muy perceptibles a través de las sucesivas generaciones. Charles Darwin llamó a este proceso “descendencia con modificaciones”. Tales cambios se han confirmado mediante la observación directa y pruebas experimentales irrefutables, y se han utilizado científicamente en la reproducción de animales y plantas. Esto es ya una realidad incontrastable. Los genetistas lo engloban bajo el término microevolución, es decir, que los cambios ocurridos demuestran la existencia de otro fenómeno completamente diferente, al que llaman macroevolución.
            Darwin fue mucho más allá de los cambios observables. En su famoso libro El origen de las especies escribió: “Considero todos los seres no como creaciones especiales, sino como los descendientes directos de un corto número de seres”. Según su criterio, este “corto número de seres” -las llamadas formas de vida sencillas- evolucionaron lentamente mediante “modificaciones ligerísimas” a lo largo de enormes períodos de tiempo, hasta convertirse en lo que hoy son los millones de formas de vida que existen en la tierra. Los evolucionistas sostienen que tales transformaciones se fueron acumulando hasta producir los grandes cambios necesarios para convertir peces en anfibios y simios en hombres. Es a esas grandes modificaciones a las que denominan macroevolución. A esta teoría como se ha visto, adhiere una enorme cantidad de científicos. El razonamiento es que si dentro de una especie ocurren estas perceptibles modificaciones, ¿por qué no puede la evolución producir cambios mayores a lo largo de períodos más extensos de tiempo?
            La teoría de la macroevolución se basa en tres hipótesis principales:
            1 - Las mutaciones son el origen de las nuevas especies.
            2 - La selección natural contribuye a la formación de nuevas especies.
            3 -El registro fósil demuestra que hubo cambios macroevolutivos en plantas y animales.
            Muchas características de las plantas y los animales vienen determinadas por las instrucciones del código genético, esto es, los “planos” contenidos en el núcleo de cada célula. Se ha descubierto que las mutaciones -modificaciones aleatorias- del código genético, pueden causar alteraciones en la descendencia de plantas y animales. En 1946, el premio Nóbel Hermann J. Muller, pionero en el estudio de las mutaciones genéticas, aseguró: “Esta acumulación de cambios poco comunes y casi siempre mínimos, es el principal método de la mejora evolutiva de plantas y animales. Pero, más importante aún, es lo que ha dado lugar la evolución bajo la guía de la selección natural”. Con lo que reafirma la teoría de que la macroevolución parte de la premisa categórica de que las mutaciones pueden producir no sólo nuevas especies, sino también familias totalmente nuevas de plantas y animales.
            A finales de la década de 1930, los científicos acogieron con entusiasmo la idea de que si la selección natural producía nuevas especies a partir de mutaciones aleatorias, el hombre en el futuro, también debía ser capaz de producir nuevos individuos y con mayor eficacia, mediante el manejo genético. Hoy estamos asistiendo a ese anticipo científico.
            El influyente evolucionista Richard Lewontin explica: “Tenemos un compromiso previo, un compromiso con el sentido común, puesto que los científicos nos negamos a considerar siquiera la posibilidad de que haya un diseñador inteligente. No podemos aceptar la más mínima alusión a lo divino”.
            Por su  parte los creacionistas rechazan los argumentos de la ciencia, y aceptan a rajatabla el relato de la creación que ofrece el Génesis, o sea, que el universo y la tierra con todos los seres vivos que la habitan, fueron creados por obra divina a imagen y semejanza de Dios, y que se mantienen inalterables desde hace diez mil años. Es necesario hacer notar que esto está  plagiado de las leyendas y mitos religiosos de libros Indo-caldeos -entre otros- “El Código de Manú (1,5)” -3000 años anterior a la Biblia- cuyo texto dice: “Todo este mundo estaba en otros tiempos disuelto en la no existencia. Pero cuando llegó la hora de despertar apareció Él . . . Él estaba en luz envuelto y disipó la oscuridad . . . Decidió crear todas las criaturas a su imagen y puso en las aguas el germen de toda la vida. Al agua la llamó Nara y al espíritu creador, Narayana”  A la vez, estos dogmáticos se aferran a otras doctrinas que carecen totalmente de fundamento bíblico. Por lo común, en algunos países, el término creacionistas se asocia con los llamados grupos fundamentalistas cristianos, que incursionan activamente en política presionando a los gobiernos para que se aprueben leyes y planes de estudio acordes con las doctrinas creacionistas. Es lo que todavía se enseña a los niños.        
Hay una tercera posición: son los que creen en la existencia de otros mundos habitados por civilizaciones hiper desarrolladas. Sostienen la teoría de la “modificación genética” para sustentar la idea de la evolución de las especies, -más precisamente del hombre-  y apuestan a la intervención directa de seres venidos desde allende el universo, -de inteligencia superlativa- que habrían variado la conformación genética de algunos chimpancés, -del que, según Darwin descendemos- y esta manipulación de sus genes habría posibilitado que muy lentamente evolucionaran morfológica y psíquicamente hasta llegar a convertirse en el humano que hoy somos, -mal que les caiga a algunos narcisistas que cuanto más buscan diferenciarse del mono, más se le parecen, aunque tengan a mano la competencia desleal de la cirugía plástica- los otros simios que no fueron modificados continuaron siendo simples monos como hasta hoy. De ser así, esto pondría punto final a la búsqueda del tan controvertido “Eslabón perdido” que surge de la propuesta de Darwin, que define así precisamente al “eslabón” de la cadena evolutiva, que se rompe -o se pierde- en un determinado momento para que unos individuos de una misma especie evolucionen hacia formas de vida superior, y los otros en cambio sigan igual.
            Y por último, no faltan tampoco los que sostienen que, así como surgió por azar la chispa del fuego, la chispa de la vida pudo haber surgido también por pura casualidad.-




  

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